Mano de bebé recién nacido con seis meses de gestación

Recuerdo todo...

gabriel josé maternidad

Hace 10 años que naciste.

Recuerdo todo como una película que se repite una y otra vez… los mismos lugares, olores, dialogos y hasta texturas.

Recuerdo el frío del marmol en mis pies cuando me hice la prueba de embarazo sola en mi baño.

Recuerdo la primera llamada que hice para contar la noticia.

Recuerdo la sonrisa de mi doctora cuando nos vió en su consultorio para la primera cita del embarazo, me dijo “entonces, ¿me vas a contar o tengo que seguir esperando?”

Recuerdo la emoción de las primeras imágenes y los planes e ilusiones que brotaron en un instante.

Recuerdo unas semanas después, el escalofrío que me bajó por la espalda cuando me dijeron “veo algo aquí, vamos a mandarte al sonografista a ver si todo está bien y si él ya puede ver el sexo.”

Recuerdo que me acompañó mi mejor amiga porque mi madre estaba de viaje y mi esposo (ahora ex) no quiso ir, mi amiga siempre optimista dijo “¿doctor y ya sabemos si es hembra o varón?” y el doctor la ignoró, nunca nos habló, salió a llamar a mi doctora y sin ninguna otra explicación dijo “ve donde tu doctora”.

Recuerdo cuando me entregaron un folder con tantas grapas todo alrededor que me arañaban la punta de los dedos al agarrarlo.

Recuerdo montarme en el carro y arrancar todas las grapas con mis uñas, mientras llamaba al consultorio de mi doctora diciéndole que iba de una vez y que no iba a esperar en turno.

Recuerdo leer las palabras “hidromeningocele occipital” y “riñones poliquísticos”, no recuerdo cómo manejé al consultorio ni cómo pude parquearme.

Recuerdo cuando escuché por primera vez las palabras “incompatible con la vida”.

Y recuerdo que mi primer sentimiento no fue tristeza ni confusión, sino ira. ¿Por qué yo, que deseaba este bebé desde hacía años? ¿Por qué a mi?

Recuerdo que el zumbido en mis oídos no me dejaba escuchar las demás palabras. No recuerdo esas palabras porque nunca las oí.

Recuerdo que lo primero que pude decir fue “si yo no puedo tener mi bebé no quiero estar embarazada” ¿cuál era el punto?

Recuerdo pedacitos de oraciones “Yo no puedo hacer nada, posiblemente en Miami…”

Recuerdo tener que compartir las noticias con su papá, en un ascensor le dije “tu bebé va a morir” fue lo único que me salió y si yo no entendía nada, él que no había ido a la cita, entendía menos. Me sentí tan sola en mi dolor.

Recuerdo que fui a casa de mis padres, pero solo estaba mi papá y recuerdo que me dijo “estas cosas pasan”. Sentí mucha impotencia y más ira mientras lloraba camino a mi casa.

Luego hay muchos días que no recuerdo, son borrosos.

Recuerdo ir donde un doctor especialista en embarazos de alto riesgo y solo recuerdo que me dijo “no puedo hacer nada”. Luego donde otro doctor que fue el primero en ponerle nombre a la “incompatibilidad con la vida”, fue la primera vez que leí “Síndrome de Meckel Gruber”.

Recuerdo horas interminables sentada en mi computadora leyendo estudio tras estudio, donde todos daban la misma conclusión… “no hay sobrevivientes”, “no hay expectativa de vida”. Y el día que encontré el caso de un bebé que vivió unos meses y pensé “¿esto sería algo bueno o algo malo?”

Recuerdo cuando cambié mi grupo de la app de embarazos de “November Babies” a “Pregnancy Loss & Grief” y que era el único lugar donde me sentía entendida. Ahí me desahogué cuando una tía me dijo “pero acaba de beberte un té y sal de eso” y compartí lo indignada que me sentí. Yo estaba en un limbo en el que no iba a tener un bebé, pero seguía embarazada y a nadie le dolía más que a mí. ¿Por qué alguien tendría el atrevimiento de actuar como si mi indecisión le molestara? ¿Cómo le afectaba a ella? Fue la primera de muchas cosas hirientes que compartí en ese grupo de apoyo.

Recuerdo que las semanas pasaban y yo seguía paralizada en este estado de limbo, ahí encontré el libro “A Gift of Time”, que me enseñó a vivir mi duelo estando embarazada todavía. En algún momento mi indecisión se convirtió en una decisión y le dije a mi doctora que iba a continuar el embarazo. No por mis convicciones personales, sino porque me pareció la mejor decisión para mi en ese momento.

Recuerdo que en mis búsquedas de internet encontré un doctor que estaba haciendo un estudio genético sobre Meckel Gruber, le pedí más información al respecto, me dijo que las investigaciones eran límitadas. Terminé pasándole la poca información que habían podido darme los estudios locales y él me confirmó el diagnóstico. Al mismo tiempo coordinamos que yo donaría órganos y tejidos de mi bebé para su investigación.

Recuerdo lo difícil que fue conseguir a alguien que estuviera dispuesto a hacer la toma de muestras para enviar al centro de investigación en Estados Unidos. Nadie quería tocar a un bebé incompatible con la vida. En la oficina nacional de patología forense accedieron a tomar las muestras pero no sin antes preguntar si su nombre saldría en la investigación.

Recuerdo que duraba días sin salir de mi casa, evitando tener que explicar cada vez que me felicitaban, que yo no tenía nada que celebrar.

Recuerdo que leía El Principito en voz alta, no sabía si podía escucharlo, pero lo leía para mi bebé, solos en mi habitación.

Recuerdo cuando fui a la funeraria y pedí la caja más pequeña que tenían disponible. El joven me la enseña y le digo que debe ser más pequeña. Él no entiende y le digo que es para mi bebé mientras me agarro la barriga, le explico que no va a sobrevivir luego del nacimiento y necesito una caja más pequeña. Él no entendió, pero yo tampoco entendía nada así que no estaba en la capacidad de explicárselo, me fui sin comprar nada.

Recuerdo el restaurante en el que estaba cuando pelié con mi hermano y me empezó una migraña.

Recuerdo cuando llamé a mi doctora al día siguiente a explicarle que tenía 24 horas con dolor de cabeza insoportable que no se me quitaba y lo furiosa que ella estaba porque yo no la había llamado antes.

Y recuerdo claramente la pereza que me daba cambiarme e ir al consultorio, porque todo me parecía redundante y fútil.

Recuerdo la tristeza que me llegaba hasta los huesos al ver a las demás embarazadas. Todas se supone que pertenecíamos al mismo club, pero en realidad yo era la embarazada intrusa que no tendría bebé. Ese era mi secreto y usaba toda mi fuerza para no llorar en la sala de espera delante de todas esas embarazadas felices y llenas de esperanza. Yo estaba llena de tristeza, dolor e impotencia.

Recuerdo cuando me tomaron la presión, de repente todo el mundo empezó a moverse rápidamente por todo el consultorio. “Abre la boca”, “ponte así”, “emergencia”… de nuevo todo se puso borroso. Me parecía tan innecesario todo este movimiento para un bebé que no iba a sobrevivir después de mi embarazo. Hasta que entendí que la emergencia no era por el bebé sino por mi.

Recuerdo que me pusieron una manga inflable con un monitor fijo. Cada vez que se inflaba yo lloraba del dolor, me dolía físicamente. Pero también me recordaba cada 15 minutos de este embarazo sin futuro que parecía llegar a su fin.

Recuerdo cuando tomaron la decisión de hacerme una cesárea de emergencia y recuerdo que en algún momento pregunté por qué no podía tener un parto natural. Las condiciones no lo permitían.

Recuerdo que fui a la tienda para comprar ropa para enterrar a mi bebé. No quería tener que explicar a la vendedora lo mismo que tuve que explicar en la funeraria, así que simplemente hice creer que mi bebé iba a nacer prematuro y necesitaba ropa de último minuto porque el parto se había adelantado. Como no sabía el sexo del bebé la buscaba blanca. Compré la ropa más pequeña que encontré, era amarilla, mientras sonreía a la vendedora como si esta ropa no era para la despedida más triste de mi vida.

Recuerdo que en mi última cita le pedí a mi doctora que incluyera un pediatra en el equipo, era la última gota de esperanza. En el fondo yo sabía que no lo iba a necesitar, pero quería que lo recibiera alguien que lo pudiera examinar y confirmar todos los diagnósticos.

Recuerdo que le dije “Si es varón se va a llamar Gabriel José y si es hembra se va a llamar Maria Gabriela” a pesar de que ya su papá me había dicho “¿pero por qué vas a desperdiciar un nombre?” a mi me pareció absurda la noción de no darle un nombre, tenía 6 meses hablándole y quería poder llamarle por su nombre. Entonces, como él no quería desperdiciar nombres, lo elegí yo.

Recuerdo que mi doctora me dijo que quería dormirme y le dije que no. Ella quería ahorrarme ese dolor, pero yo le dije que si mi hijo solo iba a estar vivo unos minutos yo no me los iba a perder. Quería tocarlo y memorizarme su cara. Como ella sabía que estaba separada del padre me preguntó si quería entrar sola a la sala de cirugía y le dije que no. Él tenía el mismo derecho que yo de estar ahí y además, le dije que quería tener fotos de mi bebé, le pedí a él que las tomara. Esto todo lo había aprendido del libro y los grupos de apoyo. Vivir el dolor, sentirlo, atravesarlo e incluso tener los recuerdos. Es mejor tenerlos y no verlos, que arrepentirme de no haber tomado las fotos y videos, por miedo o por verguenza.

Recuerdo que esa noche no dormí nada, me estaba quedando en casa de mi mamá que era quien me iba a llevar a la clínica. A ella también le pedí que fuera quien llevara a mi bebé a la toma de muestras. Ella me pidió quedarse conmigo y yo le dije que para mi era importante donar las muestras, pero que si ella no se quedaba con mi bebé yo no iba a dejar que nadie lo tocara. En los 6 meses nunca se me quitaron las náuseas y esa mañana no fue la diferencia, vomité varias veces camino a la clínica.

Recuerdo que en la sala de cirugía el anestesiólogo oró por mi, por mi bebé y por el equipo.

Recuerdo los olores, las extrañas sensaciones que sentía en mi cuerpo mientras varías manos me tocaban, halaban y posicionaban como una muñeca de trapo.

Recuerdo cuando me dijeron “es varón” y cuando lo bautizaron en el quirófano.

Recuerdo cuando me colocaron a Gabriel José en mis manos, envuelto en una sabanita demasiado grande para él. Abrí la sabana para ver sus manitos y sus pies porque iba a ser mi única oportunidad. Miré su cara y me la memoricé. Sus delicados deditos con sus diminutas uñitas. Luego, su padre y mi mamá fueron a tomar las muestras de lugar para enviarlo al centro de investigación.

Recuerdo que en la clínica la enfermera entró a preguntarme si ya me había pegado el bebé para lactar. Y tuve que explicarle que no. Luego de eso más nadie me mencionó mi bebé.

Recuerdo la amiga que me trajo flores, las personas que se sentaron a agarrarme la mano mientras lloraba, las amigas que me brindaban su compañia aunque no sabían qué decirme, la que me preguntó “¿y tu todavía sigues triste por eso?” y el hermano que me dijo “esto es lo que tu te mereces”.

Lo recuerdo todo.

Han pasado 10 años y recuerdo todo lo que sentí en esos seis meses. Recuerdo las personas que me hicieron respirar más ligero, recuerdo las que me hirieron con sus palabras, recuerdo quién me abandonó en mi dolor, recuerdo quién se me acercó a compartir su dolor conmigo, recuerdo las manitas de Gabriel José en mis manos y siento todos los días el amor que nació el primer día y nunca murió.

Todos los días recuerdo a Gabriel José y hoy hubiera cumplido 10 años.

Te celebro a ti mi niño, has tocado más corazones de los que puedes imaginar. Tu historia le ha dado fortaleza a personas que ni siquiera conocemos. Tu historia le ha brindado compasión y empatía a personas que la necesitaban. Pero sobre todo, hoy soy una persona nueva porque el día que tu me dejaste, empezó un proceso de transformación en mi. Sigo sin entender muchas cosas y sigo sin estar de acuerdo con las frases cliché que se comparten en estos momentos de inmensa tristeza, pero sé que tu corta vida tuvo un proposito y hoy la celebro. Happy 10th birthday my angel.

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